Eloy CASTAÑARES. La vida, deporte incluido, tiene mucho de política. O todo. El deporte es política, con sus ambiciones, apuestas y cotas de poder económico. Durante años fútbol once y fútbol sala fueron de la mano. Y las cosas funcionaban. Los resultados están ahí. El problema surgió cuando una de las dos partes, atraída por lograr mayores cotas de poder, rompió el equilibrio establecido, alineándose con el fútbol profesional en detrimento del federativo.

La respuesta de este último no se hizo esperar y recuperó el control que había cedido cuando el equilibrio era el denominador común entre ambas partes. Total, en unos meses la patronal de los clubes, o lo que queda de la misma, no tendrá nada, derechos de televisión, su sustento económico, incluidos. ¿Cómo recuperarlo?  Convirtiendo el fútbol sala en deporte profesional. Javier Lozano sería el Javier Tebas del fútbol sala, gran impulsor de la idea en su lucha con Rubiales, presidente de la RFEF. Sin embargo, hoy por hoy, ni las estructuras ni el respaldo económico, etc, etc del fútbol sala se asemejan, ni por asomo, a las del fútbol once u otros deportes profesionales. Los presupuestos y los salarios de uno y otro son como la noche y el día. ¿Sería mayor la proyección del fútbol sala con la etiqueta de deporte profesional? Muy pocos lo creen.  No faltan los que piensan, incluso, que el fútbol sala base y aficionado, así como esos cientos de equipos que militan en categorías inferiores, serían los grandes damnificados. ¿A quién beneficiaría, entonces, la reconversión? No parece erróneo pensar que a la elite futsalera aglutinada en torno de la LNFS, la que está apostando y presionando por el cambio, la habría tocado la lotería. Mantendrían el kiosco. El Consejo Superior de Deportes tiene la última palabra. Mientras tanto, la Kings League de Piqué, el fútbol siete, mete 80.000 espectadores en el Camp Nou. El fútbol sala, centrado en sus guerras personales, le está dejando campo libre.